2022, crónica de una muerte anunciada
Este fue el año en que los CEOs de las startups tech se disfrazaron de Reyes Magos, reemplazaron sus unicornios de fantasía por camellos, y andan mendigando pastito por doquier. Hoy, la carga que tienen es pesada y la única magia que necesitan es poder sobrevivir en condiciones áridas.
Este fue el año en que Lilibeth se ahorró el disgusto de ser testigo de cómo su nieto sacaba sus trapitos al sol en Netflix, Messi se consagraba como héroe nacional y Scaloni como mesías de HR.
También fue el año en que los CEOs más inefables se robaron el foco de los tabloides y sus andanzas coparon las plataformas de streaming. Desde la hipnótica Anna Delvey - que me tuvo hablando como ella por 2 meses-, pasando por Travis Kalanick y Adam Neumann, hasta la flamante reclusa Elizabeth Holmes. La telenovela tech nada tuvo que envidiarle a las mexicanas.
Fue el año en que la industria tech ingresó al Club del Resto de los Mortales y abandonó su lugar de privilegio. De atribuírsele únicamente disrupción, innovación y brillantez, pasó a ser destinataria de las críticas más feroces. Genio maldito en problemas.
2022, crónica de una muerte anunciada. Hoy, la transformación digital ostenta una cobertura casi total de las esferas de la vida cotidiana y ya quebró los paradigmas de todas las formas de consumo. Sumada la desaceleración de la economía, un mal cálculo en las proyecciones pospandemia y un exceso de contratación de empleados en relación de dependencia (Jeff, la próxima llamanos), el 2022 marcó el fin de la vertiginosa carrera en subida de dos décadas de la industria tech. Por primera vez en la historia, acapararon las portadas y timelines, no por sus grandes inventos, sino por los + de 200k empleados que fueron despedidos (sólo Meta y Amazon sumaron unos 30k).
Fue el ascenso y (casi) ocaso de las fintech. El globo crypto se pinchó y descubrimos que Papá Noel no existe.
Fue el año en que Elon Musk tomó las riendas de Twitter, desbloqueó un nuevo nivel de narcisismo y, a modo superhéroe peace maker, twitteó un plan de acción para ponerle fin a la guerra entre Rusia y Ucrania. Cabe destacar que sus delirios públicos tuvieron más repercusión que el cachetazo de Will Smith a Chris Rock en los Oscar.
También fue el año en que la definición de recesión fue la más buscada en Google por los norteamericanos. Lucky bastards. Y en el que Wall Street decretó que red is the new black y que la inflación, al parecer, no es una sensación únicamente latinoamericana. Welcome to the jungle.
Fue el año en que IA, Big Data y Machine Learning fueron los términos que protagonizaron las conversaciones de los líderes empresariales, y pasaron de ser una tendencia futurista exclusiva de las áreas tech, a ser un requisito para sobrevivir que atraviesa todos los niveles, sectores e industrias.
Fue el año en que Twiggy, finalmente, consiguió un amigo que esté siempre a su lado. Y que le brinde todas las respuestas. Punto para ChatGPT. BFF.
Fue el año en el que la revolución del talento dejó de ser un fenómeno discursivo para volverse una realidad en todas las latitudes. Los profesionales tomaron el control y hoy son ellos quienes tienen la última palabra. Formaron una coalición global, digital y on-demand que ya no resigna libertad, flexibilidad, propósito y valores. Talento, los verdaderos influencers del POW (Present of Work). También se formó el primer sindicato de trabajadores de Amazon que sentó precedente en términos de transparencia salarial y del que ya se esperan réplicas.
Fue el año en que Tik Tok nos explicó que no hace falta renunciar del todo y que la nueva tendencia laboral es hacer lo justo y necesario. El quiet quitting alza las banderas del bare minimum como prólogo de la gran renuncia. (De nuevo, compañías del mundo, llámennos). ¿Vagancia profesional? Nop. Jefes que agotan su paciencia, no escuchan, no motivan y sobrecargan.